Hace algún tiempo que cupido entró a mi puerta. No venía de
rojo ni gustaba de llevar un corazón a
todos lados, ni tenía alas. No, él era distinto, discreto y silencioso.
Recuerdo aquellos años en que yo solía ser una mujer atacada
por las circunstancias, comida por la vida, devorada por la inmadurez. Era una
semblanza de felicidad acompañada de posturas falsas y caretas que solía llevar
a todos lados. Me disfrazaba con la máscara de víctima casi todo el tiempo, aunque
también relucía con mi máscara de niña ingenua otro tanto.
Los tiempos eran otros. No había tanta información con la
que hoy con un solo clic, se despliegan ventanas y ventanas de temas relacionados a cualquier asunto.
No, aquella época estaba restringida para los que apreciaban
leer libros y devoraban conocimientos para quitarles las vendas a los otros.
Yo sabía, a pesar de mis carencias, que algo no marchaba
bien, que algo me faltaba, que algo me sobraba, que algo sucedía. Yo sabía,
aunque mi mente no lo hilara, que yo estaba ahí, parada, viva, pero sin vivir.
Eran épocas de vacíos prolongados, encontrando rellenos afuera, en el otro, en el alimento, en
sustancias, en falsas amistades, en falsos intereses, en placebos que me adormecían
más.
Ya para entonces era de esas personas, que al tener mi
inquietud presente, solía devorar los libros que hablaban del sentido de la
vida. Ya para entonces ya no jugaba a ser tan ignorante e ingenua, ya para
entonces mi intuición, mi hambre de sentirme mejor, me llevó a encontrarme con
cupido.
Me flechó varias veces cuando leía un libro, cuando escribía
un texto, cuando acudía a una clase, cuando entraba a terapia, cuando platicaba
con algún mentor, cuando hacía algo por alguien más desinteresadamente, cuando
realizaba las actividades que me apasionaban, cuando sentía alegría en el
corazón, cuando transcendía los obstáculos que se me presentaban con entereza y
me volvía a levantar. Me flechaba y no
dolía, al contrario, se sentía increíble.
Cupido, aunque fue discreto, llegó silencioso y entró por la
puerta grande para quedarse en mí. Me inyectó en cada actividad que realizaba
para mi bienestar, una dosis de amor propio. Me flechaba con conciencia, con
fortaleza, con responsabilidad, con límites y decía que eso era amor. Me hizo poner atención dentro de mí, no fuera.
Cupido me flechó con amor propio y me fomentó ser responsable y ver que soy una mujer que tiene
mucho más que simples máscaras para actuar.
Hoy soy una mujer flechada y enamorada de mí. Hoy cupido es
un pequeño cómplice que me acompaña en un encuentro continuo de bien-estar.
Aprovechemos los momentos para hacerlos oportunidades. Hoy,
un día que podría significar grandes tristezas para muchos o gran molestia para
otros, puede ser un día para reflexionar si cupido ha inyectado amor propio en
ti. Qué te has permitido hacer para enamorarte de ti?
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